El adiós a un símbolo boliviano de la fotografía

Julia Vargas-Weise

julia Vargas-Weise (Cochabamba, 1942) era batalladora, tenaz y tenía una mirada sensible, capaz de captar una imagen y convertirla en poesía, según cuentan sus colaboradores más cercanos. Durante 50 años, con la cámara en mano, capturó la vida cotidiana, eventos, paisajes y personalidades de su natal Bolivia. Incansable y una fuente inagotable de ideas. Así fue en vida la primera fotógrafa profesional de este país, quien falleció el pasado domingo en España.

El entorno machista quiso negarle en más de una ocasión su sueño de incursionar en el cine, pero a base de temperamento pudo concretar en vida tres películas, con las que se convirtió en una de las directoras con más largometrajes de esta nación andina.

Se formó profesionalmente en la Ecole des Arts et Métiers en Suiza. Pese a graduarse con honores, para ejercer tuvo que enfrentar la discriminación en la valoración y remuneración de su trabajo, además de maniobrar para conciliar su papel de madre y esposa con su labor profesional. Sola, a veces "con el bebé, la cuna y las mamaderas", se lanzaba a hacer fotos al campo acompañada de su petita (vehículo de Volkswagen conocido como escarabajo o vocho).

"Tenía una mirada educada y sensible que, en su momento, los años sesenta a ochenta, se perfilaba como una mirada femenina y planteaba la posibilidad de otras miradas a un medio dominado por la presencia masculina", explica Alba Balderrama, directora de cine y coordinadora del Festival A Cielo Abierto.

En 1991, Vargas-Weise se inició como realizadora de cortos, sin embargo, en 1984 ya había realizado la fotografía fija para la película Los hermanos Cartagena, del director Paolo Agazzi. Admitió que no estaba en sus planes ser directora de cine, quería ser directora de fotografía. La falta de oportunidades la llevó a aprender sobre realización y escritura de guion. "Creo que ella como mujer ha abierto una brecha para muchas mujeres que posteriormente se han dedicado al arte, al cine y a la fotografía. Estudió mucho y se esforzó por seguir todo lo que se necesita para crear una obra trascendental. Su mirada como mujer y su tenacidad hicieron de ella una gran directora", cuenta Pilar Valverde, productora y amiga de Vargas-Weise desde hace 28 años.

Su tercer largometraje Carga sellada (2016) fue el trabajo más laureado de su carrera. Esa película nació 40 años antes, cuando —durante uno de sus viajes —vio una locomotora de vapor cruzando el altiplano. "Creamos el personaje de La Federica, que es la locomotora. El paso de la locomotora de vapor por los paisajes que yo conocía tan bien, fue uno de los momentos más emocionantes. Trabajar con los habitantes de los pueblos olvidados, actores naturales, también fue muy gratificante", contaba Vargas-Weise a EL PAÍS en una entrevista realizada en 2016.

La finalización de su tercer película lo asumió como su "título profesional de cineasta", según dio a conocer en una entrevista al suplemento cultural La Ramona en 2016. Con Esito sería... (2004) y Patricia, una vez basta (2006), su primer y segunda película, respectivamente, hizo escuela, aprendiendo de sus aciertos y de sus errores.

En territorio de hombres
Con Carga sellada, la creadora, su equipo y elenco cosecharon premios en India, Sudáfrica, España y Francia. La Federica transportó los sueños cinematográficos de Vargas-Weise por distintos lugares del globo. A pesar de no tener una formación formal en cine, a excepción de pequeños talleres, sus colaboradores rememoran que siempre se mantuvo actualizada.

La recuerdan como una persona inmersa en la tecnología, sistemática y meticulosa.

Su experiencia fotográfica y la pulcritud al momento de trabajar la imagen, fue una característica que compartía con Milton Guzmán, director de fotografía con el que trabajó por más de 28 años. "Teníamos un punto de mirada muy parecido y eso nos permitió trabajar tantos años en conjunto. Era una persona que siempre estaba pensando, creando, proponiendo. Era una persona positiva, siempre alentaba cualquier idea", rememora Guzmán.

Aparte de Vargas-Weise, solo su colega Violeta Ayala tiene tres largometrajes en su haber. En los últimos 23 años, 13 mujeres bolivianas han debutado como directoras. De esa cifra, solo tres lograron completar su segunda película. El crítico de cine Santiago Espinoza atribuye esta situación al machismo latente del país y a la naturaleza de la industria.

"Así como en muchas esferas aún se cree que la mujer solo puede hacerse cargo de la casa o la cocina, en el mundo del cine ha imperado la idea de que debía dedicarse a tareas más domésticas, en el peor sentido de la acepción, como la producción, el maquillaje, el vestuario, como si fueran labores menores o como si solo ellas podrían o deberían hacerlas. Julia está entre las mujeres que ha contribuido a cambiar esa percepción", afirma Espinoza.

Para Balderrama, la figura de Vargas-Weise se erige en un momento en el que el cine era un territorio de hombres, con ingredientes de guerrilla, política y violencia. La codirectora de Beatriz junto al pueblo piensa que la naturaleza de la industria va a cambiar, no porque el machismo desaparezca, sino porque las mujeres tienen historias diferentes que contar. Y el cine será una de sus armas más poderosas. "Las historias que se contaban en el cine boliviano y que aún se cuentan son de guerras épicas, a ratos trasnochadas y repetitivas. A eso la alternativa del cine: está Arancibia haciendo de su cuerpo el territorio de batalla, Violeta Ayala hablando de las mujeres esclavas en África y la Julia hablando con su mirada de lo que pasa en el país con el amor, con los terremotos, con nuestras pequeñas historias", agrega Balderrama.

Julia Vargas-Weise dejó una flama encendida para que la próxima generación de fotógrafas, guionistas, realizadoras y directoras de fotografía que vienen, la lleven en alto. Sus paisajes, historias y películas dejarán el recuerdo de la tenacidad que se necesita para tener la libertad como creadora y el derecho de ejercer como mujer. Para avanzar por los obstáculos con fortaleza y temperamento, con la fuerza de una locomotora que atraviesa el altiplano.

El País.